miércoles, 4 de julio de 2012

 Me gusta oler a chicle. Me gusta mirarme los pies cuando camino. Me gusta parecer triste. Ida. Desaparecida.
Me gusta decir que no me importa y luego voltearme a llorar. Me gusta golpear el teclado. Mojarlo. Mojarme.
Mojarme y bañarme y volver a sudar. Escribir cosas que nunca diría. Gritar bajo el agua. Morderme las uñas. Escuchar a Pink.
Ser fuckin’ yo por primera vez. Preguntarme si es posible ser escritor sin tener un escritorio. Sin haber leído a Víctor Hugo. Pretender vencer editores con perseverancia.
Llorar. Ir a un concierto. Escribir en mi pared.
Pararme entre la multitud y sentirme irremediablemente sola. Salir caminando mientras me empujan. Detenerme. Levantar la cabeza y preguntarme quien empujara mi silla de ruedas cuando sea vieja.
Mirar fotos. Aspirar las cenizas de lo que fui.
Darme una ducha y luego sentarme a escribir en la computadora, transpirando palabras, dejando que salgan por los poros mientras pienso en un buen final a esta tremenda paja. Pensar en un buen final para no tener otro pensamiento suicida o cuántico que me remita a la suma de dinero que pagaría por poder ser una más del rebaño, por no tener en la cabeza tamaña rebeldia.

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